miércoles, 19 de enero de 2011

El hombre que no podía morir (Escrito)

Mortales me da tristeza saber que le temen a la muerte; saber que corren despavoridos de ella, cuando no pueden escapar; que gritan, cuando nadie les puede ayudar; que la aborrecen cuál prostituta, cuando no conocen su verdadera belleza. Dios en su santa gracia les ha concedido el don de la muerte, para que la aprecien, la tomen entre sus brazos y duerman placidamente con ella.

Mortales, dejenme decirles que la desgracia y la envidia conviven conmigo; la desgracia me atormenta con la idea de la decadencia que supone la locura y la vejez, mientras la envidia me recuerda que abre de padecerlas por toda la eternidad, sin encontrar el alivio que ustedes rechazan y postergan con tanto esmero. La vida eterna sería menos dolorosa si no viniera acompañada de la invalidez que supone mi condición actual; ansio salir y observar como es el mundo que abandone hace años, pero mi frágil cuerpo no puede sostenerse y el desplazamiento de este es algo más que imposible; poco a poco mi mente se aprisiona y se retuerce entre estas paredes humedas y oscuras, aislado de los demás es solo cuestión de tiempo para que pierda toda noción de realidad.

Alma mía, que soberbio fui al rechazar, cuando joven, la posibilidad de unirme a Dios y preferir atarte a mi cuerpo en contra de tu voluntad. No pensé en las consecuencia de aquella grave decisión, varias veces he pensado en entregar mi alma al Rey de este mundo a cambio de que me conceda la muerte, sin embargo, tan vil y ruín como es él, sólo se alejo de mi con una sonorá risa burlona. Quizá haya la esperanza de que venga hasta estas alejadas praderas un psicopata, un desequilibrado mental que tienda al sádismo y guste de cercenar personas indefensas, quizá entonces tome sus instrumentos de maldad y sin querer separé finalmente mi alma de mi cuerpo, pero y ¿si esto no sucede?, ¿y si mi alma aún asi queda atrapada?, ¡no, eso sería aún peor!

Una buena muerte es la que ansio, no poder morir cuando uno quiere es un castigo y una bendición divina, pero saber que no podrás morir nunca, ¡ni aunque quieras!, ¡ese, si que es un martirio!. Porque solo en ti encontraré la salvación, y sé que tu juicio y perdon se extiende más alla del principio y el fin de las cosas, por eso precisamente es que te esperaré pacientemente por toda la eternidad, señor, Dios mio.